El 1 de septiembre de 1959 Antonio Ordóñez tendría que haber toreado en la feria de San Antolín de Palencia, pero la corrida fue suspendida por la lluvia. Allí se encontraba también el novelista, que hizo noche en la ciudad. La siguiente corrida de Ordóñez sería dos días después, en Mérida. Pero entre la ciudad castellana y la extremeña el plan de viaje tenía una estación intermedia: Béjar.
La ciudad textil había carecido de un hotel de alcurnia hasta que la Agrupación de Fabricantes se lió la manta a la cabeza y puso en pie el Hotel Colón, que fue inaugurado en 1957. Era su gerente por entonces un alemán de nombre Robert Wiesbergen que, a mayores de sus dotes profesionales, era amigo personal de Hemingway. Sin duda ese hecho fue determinante para que en la programación del viaje del premio Nobel estuviera previsto el saludo entre los amigos, más que el interés en sí por la ciudad ducal. Al escritor le gustaba apurar los tiempos muertos, aprovecharlos intensamente. Béjar estaba a mitad de camino entre Palencia y Mérida. Bien merecía el saludo al amigo.
En su visita de 1953, Hemingway se había movido por nuestro país en un Rolls Royce con guarniciones de oro que pertenecía al conde Dudley, un coche que primero le pareció pretencioso y luego encantador. En su periplo del verano de 1959 lo hizo en dos automóviles, según qué momento y qué chofer fuera. Uno era un Ford de color rosa, al que pusieron por nombre Pembroke Coral, alquilado al principio del verano por el escritor en Málaga; el otro era un Lancia italiano de color crema al que bautizaron como La Barata, que se había comprado con los ingresos de sus derechos de autor en italiano. A Béjar llegaron en el primero, que había vuelto a alquilar después de que sufrieran un accidente regresando de Bilbao a Madrid en el que el Lancia quedó bastante malparado.
Probablemente la corta visita a Béjar no comenzara antes de primera hora de la tarde del 2 de septiembre. Habían salido de Palencia por la mañana y cabe sospechar que la comida la hicieran en Salamanca o en cualquier lugar del camino. Una vez registrados en el hotel, sabemos que Hemingway salió a dar un paseo por la ciudad. Ángel Gil registró en su crónica para La Gaceta Regional que el matrimonio Hemingway venía acompañado de otra pareja de norteamericanos, que no eran otros que el matrimonio formado por Bill y Annie Davis. Bill era por esos días el conductor que infatigable llevaba y traía a todas partes al novelista. Pero no cabe duda de que había un quinto pasajero, Valerie, la joven irlandesa que se había convertido en la Secretaria de Hemingway un par de meses antes. Si la prensa no dio cuenta de su presencia probablemente fuera porque pasara desapercibida o porque durante el encuentro con los periodistas ella descansara en su habitación. Pero formaba parte del séquito en ese viaje. Lo confirmó ella misma en su autobiografía, Correr con los toros. Mis años con los Hemingway, en la que en alguna medida la memoria la traiciona: “A la mañana siguiente emprendimos camino a Sevilla y de allí a Mérida y a Béjar, al oeste de Madrid”. Poca precisión es esa, pero vale. La flaqueza memorística no está en la imprecisa ubicación de Béjar, sino en el trayecto: no venían de Mérida, sino que iban a ella.
El paseo debió de llevarles no muy lejos, cabe pensar que se internaran en la calle Mayor. Y no debió de ser muy largo. Bien porque algún empleado del Hotel Colón lo difundiera, bien porque alguien lo reconociera en la calle, el caso es que no mucho después Hemingway estaba en la cafetería del hotel rodeado de una multitud que le agasajaba y que montó cierto tumulto durante un buen rato, solicitándole autógrafos sobre todo tipo de soportes; los menos, sobre algún libro suyo; los más, sobre cualquier otro tipo de papel, incluso en tarjetas de visita. No menos de cien parece que firmó. Y la mayoría de quienes le rodearon, saludaron y solicitaron autógrafos fueron señoritas, como pusieron de manifiesto tanto el corresponsal de La Gaceta Regional como el de El Adelanto, Ángel Gil y Ceferino García Martínez. Según contaban estos, el premio Nobel sobrellevó con resignación y amabilidad esa condición de mito al alcance de la mano que formaba parte de su leyenda y de su paso por cualquier lugar, la imposibilidad de pasar desapercibido; lo contó en su libro su nuera Valerie: “Ernest, que en público no gozaba de un solo momento de paz, constantemente se veía cercado por peticiones para firmar autógrafos y posar para fotografías. Generalmente lograba mantener el equilibrio a fuerza de paciencia y buen humor”. Uno de aquel centenar de bejaranos que hizo cola para disfrutar del momento de gloria fugaz fue mi padre, a quien le dedicó un ejemplar de Las nieves del Kilimanjaro en una edición de Caralt de 1955, que en realidad era una colección de sus magníficos cuentos. Luego, al parecer, mi padre iba dando botes y llegó a casa alborozado. No sería el único aquella tarde. El autógrafo, aunque un tanto ilegible, quizá rece “A mi gran amigo Sánchez Crego, como gran lector, Ernest Hemingway”. Es probable.
Más tarde el escritor recibió, como ya hemos indicado, a los corresponsales de los dos periódicos salmantinos. Hubo también una entrevista con Radio Béjar, de cuyo transcurso existe fotografía de G. Gil publicada por El Adelanto. Parece ser que la misma tuvo lugar al filo de la medianoche, tras la cena y, según la prensa escrita, “poco antes de que el escritor se retirara a descansar”. Cabe señalar que el semanario local, Béjar en Madrid, no hizo ninguna mención a esta visita, por más que los dos corresponsales de la prensa salmantina también eran asiduos colaboradores del semanario. Juan Muñoz García, cronista oficial, era su director todavía, y no había escritor, artista o prócer que pisara la ciudad que no fuera llevado a su despacho y a quien no le hiciera obsequio de alguna de sus muchas obras sobre el pasado de la ciudad. Hemingway había escrito una vez que la plaza de toros de Ronda era “el sitio ideal para ver una corrida de toros por primera vez”. Por aquel entonces todavía no estaba publicada (lo sería en 1961), pero el polígrafo bejarano andaba ya en la investigación que habría de plasmarse en su libro La plaza de toros de Béjar es la más antigua de cuantas existen en España, pero ni siquiera ese hecho, el que en Béjar hubiera una plaza de toros como pocas, como la de Ronda, sirvió de excusa para un afinidad o un encuentro curioso. Sin duda, no eran tal para cual. Ni el viejo cronista local andaba para escritores extranjeros ni el premio Nobel andaba para curiosidades locales. Se ignoraron mutuamente.
Desconozco si la grabación de aquella entrevista de Radio Béjar a Hemingway todavía se conservará en los archivos de RTVE. Probablemente no. Era una emisión local y al día siguiente de su difusión las cintas se borrarían. Lástima. Hoy sería un documento impagable para la historia bejarana. Contamos como único testimonio de sus palabras lo que en estilo indirecto transcribieron Ángel Gil y Ceferino García Martínez. Sus respuestas no son palabras textuales, o por lo menos no se reprodujeron en los periódicos entrecomilladas, pero aun así son una opinión contundente y demoledora. Habló sobre el libro que estaba escribiendo, esto es, el encargo de la revista Life que no sería publicado en forma de libro hasta muchos años después, en 1985 en su primera edición en inglés, por su editor Scribner’s, y un año después en español por Planeta. En el libro no se menciona en absoluto a Béjar. Otra lástima. Sabemos que hubo muchas páginas descartadas de aquel reportaje (y luego libro) que continúan inéditas en los archivos del escritor que se conservan en el John F. Kennedy Presidential Library & Museum, en Boston. El manuscrito de El verano peligroso es el 354a y consta de 1.025 páginas. Tal vez allí diga algo más, si es que alguien tiene ganas de ir y comprobarlo. (Extraido del artículo, Hemingway en Béjar" Publicado en la revista de Ferias 2009 de la Cámara de Comercio e Industria de Béjar"; autor José Antonio Sánchez Paso).
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